¿Cómo hacer para que la voluntad expresiva del poeta no se limite a la frivolidad de ciertos confesionalismos e intimismos autobiográficos? ¿Cómo hacer para que la voz del poeta que rehúye de esos límites no incurra en los excesos de ciertos culteranismos y simbolismos autárquicos? En ocasiones, la necesidad de hablar con precisión sobre los eventos o personas que originan la escritura de un poema obliga a los escritores a buscar términos medios, soluciones tibias no siempre exitosas. Ahora bien, el éxito de todo enunciado, y los de naturaleza estética (en nuestro caso los poemas) no son ajenos a este fenómeno, se define más por la cumplimiento y superación de las expectativas del lector antes que por cualquier regla intrínseca o inmanente al objeto (el discurso, el material lingüístico en cuestión). Esta premisa, traída en parte de los estudios de la Pragmática Literaria, me ayuda a explicar cómo un autor plenamente consciente de esta realidad inevitable puede sortear con felicidad el impase sin caer en la mediocridad de una calma chica textual. Este el caso del poeta mexicano Álvaro Solís (Villahermosa, 1974).
Este último miembro de La espina en la flor integra con naturalidad, con solvencia, registros autobiográficos y referencias a la cultura literaria de la modernidad occidental de manera que cualquier lector, aun aquel no iniciado en los códigos de cierta poesía lírica contemporánea, pueda integrarlos a su inventario emotivo sin necesidad de ser un docto en la materia. Esto no siempre se puede y a veces no tiene por qué ser así: Si un poema “no se entiende” a la primera, quizá sea porque así tiene que ser. El lector es quien decide hasta dónde llegar en la exploración de sentidos que el texto poético le ofrece. No existen textos cien por ciento herméticos o ingenuos, sino lectores más o menos competentes. No existen malos o buenos lectores (en un sentido moral), sino niveles de empatía, de felicidad, de éxito comunicativo. Esta digresión me ahorra abundar en varias de las ideas que me motiva la lectura de este sugerente poema de Álvaro Solís, en donde la imagen del padre ausente se compara con la del pensador francés Gastón Bacherlard:
EL AGUA Y LOS SUEÑOS
(fragmento)
…Luego todas esas aguas calmas son de leche
Y todo lo que se derrama en las blandas soledades de la montaña.
Saint-John Perse
Siempre quiso ser un pez.
Caían rayos y nadaba sin parar, se negaba al cansancio,
buscaba el rostro de mi abuela en las aguas del río que le vio nacer,
nadaba por horas y extrañas aletas se le emparejaban,
lo miraban como si fuera un pez
y mi padre dormía bajo el río, pero despertaba antes de ahogarse,
soñaba que un inmenso cuerpo de agua lo tomaba por el cuello,
lo sacudía una y otra vez,
entonces despertaba y seguía nadando contra la corriente,
siempre contra el río a quien nunca pudo vencer.
[…]
Mi padre encontró la felicidad en el nado,
en la imagen femenina del agua, diría por esos mismo años Gastón Bacherlard,
quien trabajaba en lo mismo,
quien soñaba con inmensos cuerpos de agua que lo tomaban
por el cuello queriéndolo injuriar,
y muy temprano con el canto de las aves, mi padre y Gastón
salían a las rutas que el servicio postal les asignaba,
repartían las cartas mientras ambos pensaban en el agua,
en los sueños femeninos, en la imagen ausente de la madre
y nadaban,
uno por el agua de los sueños,
mi padre contra el agua lunar.
Esta analogía entre el padre y el autor del famoso libro El agua y los sueños va precedida además de un epígrafe de Saint-John Perse. Su formación de traductor le ha permitido a Solís, seguramente, acercarse sin prejuicios y con habilidad a las tradiciones líricas de otras lenguas y transitar por ellas con libertad. Con lo cual, vemos cumplidos en su poesía el mestizaje y la hibridación a la que nos referíamos cuando hablábamos de los otros autores de esta muestra de poesía mexicana actual, La espina en la flor. Por supuesto que el lector que se haya acercado a las obras de Bachelard y Saint-John Perse tendrá otras lecturas de este poema, quizá más ricas que las del receptor lego. Pero con la transcripción de estos versos he querido demostrar el brío integrador que la mayor parte de poetas recientes del continente poseen, más allá del debate en el que se enfrascan, con todo derecho y por necesidad, muchísimos críticos y académicos. Quizás términos como glocal, post-autónomo, poscolonial, entre otros, ayuden a describir en gran medida las globalidades, pero no la naturaleza compleja de las individualidades, donde habita en realidad el espíritu de la poesía lírica.
Álvaro Solís (Villahermosa, 1974). Ha publicado los libros: Los ríos de la noche oscura (2008), Los días y sus designios (2007), Cantalao (2007), Solisón (2005) y También soy un fantasma (2003), entre otros. Es coautor de La luz que va dando nombre: Veinte años de la poesía última en México 1965-1985. Ha recibido varios premios nacionales de poesía en su país. Ha sido director adjunto del Encuentro Iberoamericano de Poesía Ciudad de México.
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