jueves, 10 de diciembre de 2015

La redundante fisiología del tiempo humano (A propósito de la novela La familia del Dr. Lehman (2015), de Sandra Araya)

1

La pesadilla inicia de este modo: una familia de cuatro miembros (padre, madre, hija e hijo) llega a un pueblo desconocido, ubicado en la mitad de un desierto rocoso. Están de paso. Apenas tienen dinero para comparar comida. Huyen de un pasado impreciso y misterioso, que su memoria nunca logrará restaurar del todo. Tienen hambre. Tienen miedo. Tienen prisa. La visita de estos personajes resulta ser todo un acontecimiento en aquel pueblo varado a un acostado del tiempo y la carretera. En pocos minutos, todos los habitantes se enteran de que el Dr Lehman es médico. Le piden que se quede, que ocupe la plaza que ha dejado hace poco el galeno del pueblo. Conmovido, acepta.

Inesperadamente, la familia del Dr. Lehman recibe techo y empleo, sus hijos reciben educación. Se convierten en una parte más de la comunidad. Han encontrado un nuevo hogar, dirán los lectores. Nada más lejos de ser cierto: su pasado los persigue. Más temprano que tarde, su nuevo hogar se convierte en un purgatorio, en una cárcel de la que tienen que huir sin remedio. Los Lehman regresan a la carretera. Se apean en otro pueblo solitario y la historia vuelve a empezar del mismo modo, con la misma luz deslumbradora y enervante. Los acontecimientos ocurren en el mismo orden... pero quizás con otros nombres, pero quizás en otros cuerpos.

2

Toda la realidad podría ser una cadena interminable de Big Bangs y Big Crunchs, tal como está descrita en los modelos cíclicos de la Cosmología, que plantean que el universo es oscilante, un péndulo imparable, un globo de goma termonuclear que se expande y contrae sin detenerse. La realidad toda podría ser un corazón que bombea luz y sombra para sí mismo. Cada sístole insuflaría vida a la noche cósmica, y engendraría galaxias, sistemas solares, planetas habitados, mundos enteros. Y cada diástole dejaría enfriar las estrellas hasta que el silencio fuera de nuevo la única verdad verificable. Entonces, y solo entonces, todo empezaría nuevamente, con otra contracción del músculo eterno.

Esta imagen, que podría parecer alentadora, y salida de la homilía de alguna iglesia de la Nueva Era, se puede convertir en una auténtica pesadilla, si se la reduce a la dimensión del microcosmos humano. Este discurso de pretensiones místicas, que bosqueja la certeza de lo eterno, se convierte en su revés y dorso negativo, cuando se usa para hablar de lo cotidiano y lo más cercano, cuando se usa para crear una constelación familiar. Imaginemos entonces una familia cuya madre no está segura de ser la progenitora de sus hijos. Imaginemos una familia cuya madre sospecha que es la hija de su marido. Es más: imaginemos una familia cuyo único miembro permanente es el padre. 

La actitud benévola y distante del varón de la casa lo convierte en un pivote al rededor del cual giran los planetas, vale decir, su cónyuge y sus hijos, y por extensión o contagio el pueblo entero donde vive con ellos. Eventualmente, la muerte les llega a todos. Pero la posición exacta de las órbitas alrededor del padre se mantiene, y cada vez que se vacía un nuevo miembro la ocupa, y le dota de sentido familiar. Imaginemos que la posición que habitamos en el mundo consiste en realidad en una función cosmológica. Después de nuestra muerte, alguien, inevitablemente, la ocupará. Imaginemos que la realidad toda, incluida nuestra familia por supuesto, es un universo oscilante. 

Nuestra vida se repite una y otra vez, con imperceptibles e insignificantes variaciones a lo largo de la eternidad, pero en la carne de otras personas, que tienen otros nombres, que gozan y padecen otras vidas, que aunque sean idénticas a la nuestra en todo, o casi todo, no son la vida que nosotros experimentamos alguna vez. Imaginemos que el mito del eterno retorno no es un alegato ético o moral ni una metáfora, ni una disquisición filosófica, sino la descripción de la fisiología del tiempo humano. Imaginemos que nuestra lucha contra el olvido es inútil, porque de todas formas, en la siguiente vida, no recordaremos quiénes fuimos.

Coda

Sandra Araya ganó con esta obra el Premio la Linares de novela breve 2015, convocado por la Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura. Se trata de un texto tejido con precisión, que no abdica de la ficción narrativa en ningún momento: nada de referentes geográficos o temporales precisos, nada de marcas lingüística dialectales, nada de reflexiones ni alegorías sobre la identidad cultural o el sentido de la historia nacional. Solo acciones bien contadas, y solamente personajes que son funciones propias de los acontecimientos de la trama. Se trata de una acrobacia narrativa ejecutada con limpieza, que se enmarca con justicia en el género de la novela breve.

Con esta historia, Sandra Araya construye un símbolo autárquico, de esos que solo hablan de sí mismos, de esos que terminan por convertirse en objetos duros y cerrados como una piedra, y cuyo significado llega a ser tan amplio como la más atrevida de nuestras interpretaciones. Esta novela dibuja un enigma, una cifra tersa y pulida, sobre el mapa de una literatura siempre rugosa, cuyos pliegues están contaminados (o enriquecidos, según se los vea), de historia patria, de teoría social, de ideología partidista. Es también una lección de estilo, y de cómo seducir al lector y llevarlo hasta la última página, apelando nada más y nada menos que al suspenso, al misterio.

martes, 29 de abril de 2014

Gato negro (un poema de Paco Benavides)

El gato negro
estoy en un bar escribo un poema
mañana es jueves hoy
te veré vestida o desvestida bebo
otro poco de cerveza
en el centro de la ciudad la gente
pasea y vibra
pienso que no estoy del todo mal
almacenando oxígeno/tus ojos son pardos
y hermosos
me gustan los ojos pardos el lunar
incluido en tus gestos/siento placer
al escribir tu poema que más da
¿te gustan los gatos negros?
van gogh se cortó una oreja fue un buen poeta
al buen poeta poe le bebieron

Te traeré al bar ahora y lloverá y daremos
brincos.
mis miradas te esculpen
espantanubes colgando de cables eléctricos
kraken vendrá y no habrá medusas
¿te gustan los gatos negros?
iremos al zoológico
el zoológico no tiene bichos tan comunes
carrol con su sonrisa sin gato
y al mismo tiempo que escribo escribo
una oreja pasea sin dueño/yo
paseo sin ojos sin boca sin orejas
no estoy contigo ni conmigo
¿te gustan los gatos negros?
paredro pinaza arúspice naya carla clíper clerófobo
tuatúa zuindá zurrido ausencia amor enfado tristeza
alegría van gogh fue un buen poeta se cortó una oreja
Te veo por un telescopio de aire la ciudad brinca
“la locura es portátil” dice helene/el amor es portátil
el universo se expande como mantequilla
náyade nayarit nazareno nazaret nazi nazismo ne
neandertal neblina neblinoso nebrasca nebrija nebulosa
nebulosamente nebulosidad nebuloso
necear necesariamente necesario neceser necesidad
necesitado
¿te gustan los gatos negros?
hay que concluir los poemas acabados
la tierra da vueltas alrededor de tus ojos pero/para/porque
no es verdad no me creas
espadilla espadín espadón esparadrapo/y el swing
es el swing de besarte deslizando la lengua
como una mano de ladrón entrando a un bolsillo
ritmo de abrazarte colocando los brazos guiados como grúas
ganas de beber té.
van gogh fue un buen poeta se cortó una oreja
Yo buceo por calles puentes cementerios
buceando los dos con máscaras/sin máscaras/hacia
el tiempo de relojes de sol/bebo
otro poco de cerveza la ciudad chilla
no estoy contigo ahora no estoy conmigo ahora
a esta hora lora cora llora ahorra jazz/me
gusta el jazz fúnebre ¿veo esas notas rebotan/
paredes/orejas/neuronas?
cómo no amarte sino amándote amatoriamente
fuego/me
gusta el fuego ¿veo esas llamas queman/ladran/gritos/cenizas?
pasarse las señales no/hacerles caso
caso contrario
!oh! sera otra amalgama panteocrítica y escurridiza como
elasmorbranquios circunstanciales a la hora
del naufragio cósmico (?)
tibetano tibia tibieza ticiano
Te amo mucho ¿sabes?/ lo que escribo va y viene
como la vida tralalá/mon chere est vert et elle a yeux bruns elle
marche avec le vent Obligatoriamente
las clases de francés no quería decirte esto pero punto y coma
cuando como por ejemplo ya tú sabes punto
Amo a una mijer deliciosamente bella y alegre
ella es algo así como un valle lleno de llamas
y es musa (mosa) de los naúfragos y hace/vivir
las piedras ella es una flor de creta
amo a una mujer
sin murallas y de efecto retardado
mujer sujeta a nubes de ideas
 bustrófedon vital que gime y estalla
El bar camina la cerveza
esquema de un túnel aerodinámico
Tunicados, corte longitudinal ascidáceo
Cártago. Ruinas de la ciudad romana
Sfaqs. Murallas de la ciudad/Catedral de Túnez
Tunicia
El bar termina la cerveza
escribo un poema mañana es jueves
“mañana es todos los días”
los días mañanas de mañanas
el tiempo circula trepa por el vaso que sujeto entre dedos
que también son tiempo cervez líquido que también es tiempo
y la botella es tiempo y el vaso y ese niño que llora y a la
mujer amada y el salero y la mesa y/rodeados
de tiempo con forma.
Y hace tiempo que estoy aquí (no es verdad
han pasado apenas diez minutos) Los clientes acuden
es la hora de almorzar de comer de metabolizar de metaagonizar
de meter/Otro acto amoroso otro erotismo inhalámbrico
Yo juego con tus ojos los tengo ahí
tendidos sobre esta hoja que me muerde
Esta hoja es un perro
Es un cocodrilo (no es verdad
esta hoja es una mansa mosca)
Y yo juego con ellos los lanzo pa’arriba y
¿te gustan los gatos negros?
turqueza turmalina tutankhamón/detalle de su sarcófago de oro
Uccello. “San jorge y el dragón”
Mandrágora fábula lechuza lechona te amo
penélope infiel fidelísima (no es verdad
 mi amada es una pantera longibaunda (Nebulosa)
Lo que escribo va y no viene

Gárgolas en la ciudad
Mohais de Ahu-Akivi Paracaidistas
La ciudad miedosa cierra sus puertas
Van gogh fue un buen poeta
se cortó una oreja/al pobre poe lo bebieron
se cortó la vida
el bosco está escondido en las iglesias y ríe
Y yo te amo mon chere femme vert
con cabellos de viento y todo lo demás
de la “unión libre” (no es verdad
no tiene casi nada de esas cualidades)
Te amo amada armada armado
herocidad heroico heroína herón herpe
herpético herrada herradero herradura herrar
equivocado
estoy en un bar la noche llegó corriendo
kraken vendrá y no habrá medusas
mudanzas
en mitad de la noche/la gente aborda vehículos
también yo camino hacia otro lugar
el poema no se puede terminar tus ojos
siguen (a) saltando en la página/mañana es jueves bebo
un poco de cerveza
te gustan los gatos negros y los niños
tus ojos son pardos y hermosos/hermosos
me gustan tus ojos pardos/tan pardos como la luna
y van gogh fue un buen poeta y poe
y mañana es jueves —ya lo dije—
y la vida es portátil
y tú

Paco Benavides

lunes, 18 de febrero de 2013

Un poema del siglo XIX, a un discípulo de Erato

Hago una pausa en mis lecturas de la Poesía Latinoamericana Contemporánea, para compartir con ustedes este hallazgo. Se trata de un poema satírico publicado por un guatemalteco, José Batres y Montúfar, en el Guayaquil del siglo XIX:


Tomado del libro Poesías de Don José Batres y Montúfar, Natural de Guatemala, Guayaquil, Imprenta de “El Globo”, Calle de Aguirre, Nº 33, 1887.

(De mi parte, dedicado a ciertos poetas "modestos", que escriben "versos suaves" con "dulzura y aparato", y a mis queridos y admirados amigos que denuestan y ultrajan a las musas, ellos sí, discretos.)

lunes, 3 de diciembre de 2012

A un año de la publicación de mi último libro, un grato recuerdo desde Lima


César Eduardo Carrión, en líneas generales, nos propone cinco estadios para sendos actos de lo que es una trepidante y dinámica puesta en escena llamada Cinco maneras de armar un travesti. El escenario es, por momentos, tan minimalista como la más compleja tradición de la poesía japonesa y, por otros, muy semejante al horizonte barroco y neobarroco de las letras hispanas: horizonte de crisis, transfiguración del ser y trastrocamiento de la identidad. Pero, sea cual fuere el artificio espacial diseñado por el poeta, aquel se despliega en variaciones que acentúan su naturaleza o distorsionan o quiebran sus propósitos, hasta el punto de aludir a una realidad tan poliédrica como simbólica en grados sumos.

Pero antes de continuar en indagaciones y divagaciones en torno a los alcances estéticos de Cinco maneras de armar un travesti, conviene desentrañar el acertijo que propone el título del libro, más aun si este no es un manual práctico para pertenecer o integrar el mundo LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) ni, mucho menos, una guía ilustrada para decorar las vitrinas de una zona rosa. En principio, estamos ante una intrigante provocación, frente a una propuesta que nos invita a tantear las posibilidades de, como aconsejan con insistencia los libros de autoayuda, pensar fuera de la caja. La invitación es clara para el lector, quien hallará cinco actos de esencia teatral, con sus respectivas didascalias, es decir, indicaciones añadidas al texto que señalan las particularidades de la puesta en escena, para armar —montar, construir, articular, formar— un travesti, o sea, una persona que, por inclinación natural o como parte de un espectáculo, se viste con ropas del sexo contrario. Estamos pues ante la ficción de una representación, en algún sentido una transgresión de la identidad y, en muchos aspectos, de una proyección del descubrimiento del otro, del distinto, raro o extraño a uno, exquisita metáfora de la apropiación de otras poéticas y su devenir.

Sin duda, la identidad es la clave del poemario y quizá su tema eje. Muchos autores siembran consciente o involuntariamente la clave de lectura ideal de su obra en algún lugar del cuerpo de texto. En el caso de Cinco maneras de armar un travesti la clave se localizaría en el ombligo o centro del libro, la «Tercera Gran Didascalia» (pág. 61), cuando el poeta le formula una pregunta nada retórica al místico y metafísico Plotino: «¿A mayor memoria, mayor identidad?», cuestionamiento precedido por un inteligente anacronismo, y sucedido por una solicitud entre el mandato y la sugerencia: «A mudar, entonces, Plotino. Muda de piel y de abismos, muda de voz y disfraces». Identidad en el cambio y la mutación, se entiende. Identidad transfigurada y llevada a límites impensables en los que los juegos verbales no son fuegos de artificio sino verdaderas llamas e incendios que fundan y refundan la realidad de palabras que subyace a toda ficción con pretensiones estéticas.

Veamos a continuación la propuesta de Carrión en cada acto de Cinco maneras de armar un travesti.
En general, distinguir las voces en este libro es imprescindible para advertir la riqueza de cada verso. Pero las voces del Apóstata y del Corifeo no son estrictamente puras. Esto se advierte desde el Acto Primero, donde lo moderno-tecnológico compite con lo libre-natural, en una supuesta reescritura de la historia del conocimiento y, sobre todo, del buen gusto. El Corifeo, por momentos una verdadera pulga en la oreja del Apóstata, desmitifica las rimbombancias poéticas de este en una suerte de remasterización poético-semántica, a partir de un código que busca reducir interpretaciones hasta lograr la univocidad irrestricta. Los volcanes compiten con los edificios, pero igual hay estrépito y se dibuja una realidad forzada al punto del disfuerzo. La cordillera andina refulge como una columna vertebral que define una América que eclipsa al mundo. La crítica a la globalización gana terreno en diversas tradiciones y registros: el maíz, el verdadero oro, como lluvia dorada que bendice al poblador americano. Nuestra realidad no se explica solo por el aporte occidental, es más amplia, ancestral, sabia e interesante, incluso cuando cae la cuarta pared del teatro del mundo y los espectadores-lectores empiezan a ser víctimas de sí mismos. Lo elevado y lo sórdido pugnan por el espacio poético: se cuenta la Conquista de América mientras se ironiza lo cursi y establecen distancias estéticas para distinguir a Adán de Eva. El regreso al útero podría explicar nuestra naturaleza cambiante, así como el pasado maldito se replantea en un mito que se relaciona con el aumento de muertes cuando se apagan las luces del escenario. Y no es solo instinto creador. Carrión recurre a descomposiciones silábicas y a versos flexibles que nos hacen pisar tierra, en un mundo fragmentado y en escombros, de fractales y de queloides que precisan nuestra naturaleza mortal, escindida y desastrosa.

El primer travestismo ha ocurrido y el lector se prepara para el Segundo Acto, pero esto implica una actitud diferente, una sensibilidad más allá del lenguaje. Ahora la voz es la de un Leñador, pero esto no es de ningún modo un hilo conductor de fiar. Todas las voces en una, como todos los fuegos, se elevan, buscan el arriba, una construcción sólida de piedra, desde la palabra, aunque el misterio estorbe y el espacio en blanco sea una reiterada invitación para el lector. Pero el arriba es impensable sin el abajo. La altura exige ciertas prohibiciones y referencias muy técnicas, en tanto que el cielo interviene sobre la tierra, como nube, rayo o lluvia. Somos observados, vistos trascendentalmente, y la explicación es un despliegue gráfico sobre la hoja. Se busca desesperadamente una revelación en sintagmas atropellados, en bisagras temporales, en contrastes semánticos que ironizan nuestros reflejos, en un oxímoron inolvidable («querube leproso»), hasta la degradación: una escena final que implica el cruce de nuestro mundo con la jerarquía divina, y en esa intersección se encuentra la madre, toda una quintacolumnista, entre otras explicaciones y símbolos, como la inminencia del relámpago.

El Acto Tercero implica un verdadero acto de fe poética. Las voces son del Librador (trasmutación del Apóstata) y el Corifeo/Apuntador, o sea, personajes transfigurados. Este último empieza con una descripción simbólica que páginas más adelante se decodificarán sorprendentemente. Mientras tanto, lo que intuimos a priori bastará para sostener nuestra lectura entre los fuegos e incendios, pues la pradera arde como fruto de un rito y como resultado de una devastación. Se trata de un largo poema que muchas veces se suspende en dos puntos o en una conclusión pendiente. Estamos ante una continua transformación de la naturaleza, con sus guerras, conquistas y sometimientos, con sus rituales y oraciones, con una reiterada crítica a la fe y también a la razón porque nada es suficiente ni pleno. Aparte de juegos metatextuales y salidas autorreferenciales, se busca una gran respuesta en lo mítico-histórico. Las parcas aludidas en el testimonio del Corifeo/Apuntador tienen una trascendencia más allá del destino. De repente en el mito de la caverna (en realidad una alegoría) porque es más que una explicación platónica. Es quizás el eslabón perdido que nos da luz sobre nuestro afán por capturar la naturaleza o llegar a una próxima conclusión, una plena explicación simbólica-sexual sobre la ley, la religión y la expresión creadora. Revelación que concluye en el fuego purificador propio de un rito con trasfondo estético: una fogata en el útero de una montaña rodeada por hombres que acaban de descubrir y asombrarse de su naturaleza cambiante.

La Cuarta Gran Didascalia es un arte poética que brinda el marco ideal para el Acto Cuarto. El epígrafe de Octavio Paz («falo el pensar y vulva la palabra») nos lleva a dar un giro mental que se hace tangible en noventa grados por la orientación que cobra el libro. Se trata de un cambio de eje, de hacer evidente el plano terrenal del poema, donde es más oportuno discriminar el adentro y el afuera, la hembra del macho en el machihembrado, hasta el establecimiento del espacio político de América, luego de un paciente moldeado de palabras. En este acto, el parir y el nacer es parte de una continuidad lógica, en la que el fuego continúa siendo un cuarto elemento de trascendental importancia para aspirar al arriba, hacia un espacio más amplio para hallar el sintagma exacto («Enrojece mi palabra»). En un baile de izquierda a derecha y viceversa, se propone un vaivén conceptual, e incluso una enumeración caótica de correspondencias entre opuestos no necesariamente complementarios. Los versos, quizá los más densos y lacerantes del libro, apuntan a ensimismar e interiorizar una estética para el autodescubrimiento, en dos tiempos, como una voz entre dos voluntades. Así, la palabra nos construye como ser ante el edificio de la poesía, nos definimos ante el otro en sucesivos ataques «sinestésicos», hasta establecer las diferencias a partir de lo sutil («consumadas/consumidas»), en un territorio donde la ceguera edípica tiene su contrapeso en el silencio divino —el aspecto más obvio de la quimera travesti— a la sombra del fuego.

El libro se cierra con un quinto acto (Último Acto), la sección más breve y electrizante del poemario: una suerte de díptico a dos voces (uno es Panurgo; el otro, Príapo), que de algún modo sintetiza los actos anteriores, pero también los reimpulsa y reverbera hacia lindes que dan más color a una puesta en escena ya rica en libertades cromáticas, en floraciones intensas en fuego y pasión. Una intensa búsqueda o, más bien escape, a través de la sordidez y promiscuidad, en la que apenas es posible salvar el pellejo del fuego de la calentura sexual, en una feria de sinónimos por abrazar y recubrir la piel toda de la poesía. Y poco antes del aterrizaje forzoso del remate final, todos los ejes como reflejo de todos los fuegos cimbreantes, en una travestida paz, se disparan hacia un discurso de la trascendencia donde falo (podría ser) la palabra y vulva nada menos que el pensar.

Con el poemario Cinco maneras de armar un travesti, Carrión nos recuerda que la poesía es uno de los más intensos ejercicios humanos y que, lejos de estar todo escrito por los cientos y miles de poetas que existieron antes que nosotros, incluso los que se encargaron de escribir nuestro destino o dar fe de nuestra absoluta libertad, hay aún malas y buenas nuevas bajo el Sol para sorpresa y deleite de la humanidad. Poeta de original estilo para buscar y rebuscar la verdad literaria debajo de los grandes, majestuosos y ruinosos monumentos de la poesía, César Eduardo Carrión se rodea, además, de maravillosos fetiches para hacer más inocente y maliciosa nuestra experiencia lectora en las arenas del goce de hallar una revelación que nos deje «sin palabras», nos haga más críticos ante la experiencia de redescubrir nuestros ombligos y nos lleve a entender el futuro como un replanteamiento creativo de nuestro pasado a partir de las manecillas del reloj presente que nos ha tocado.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Chile picante, Chile Barraza

Hace exactamente un año leía por primera vez estos versos de la poeta chilena Ángela Barraza, de su libro titulado Chile (México, Editorial Fuga, 2011):

Nos han convencido de que decir política
en un poema es malo
es poco estético, es de mal gusto
y si no lo decimos ahora cuándo
¿y qué pasa si es que Dios no existe
y ninguno es castigado?
por eso es que hoy prefiero hablar
en lengua muerta
y no por mí, en esta página.

Política: moneda cuyo canto (borde, linde) es tan peligroso como mendaz. Política: palabra antipoética (?). Poesía: palabra antipolítica (?).

No deseo resolver ningún dilema. Vuelvo a viajar a un Chile que no conozco en persona, a un Chile que sigue siendo para mí una encrucijada:

En vano nos envalentonamos con las historias
que nos contaron hace más de quince años.
Tomamos partido
nos calzamos el chaleco de alpaca, cancionero en mano
de la Mecedes Sosa
guardamos en el morral una quena, un libro de poesía
y tabaco para hacernos un cigarrito.
Incluso aprendimos a tocar guitarra. Leímos a Marx, a Engels
y a Stalin
a la Marta Harnecker, de noche leíamos a Marcuse (nos
informamos).
Nos compramos un marcapáginas del Che, postales de Neruda
no supimos qué hace con tanto aparataje
que aun tenemnos guardado en una caja y que miramos
de vez en cuando con alegría
y vergüenza por la nostalgia.

Ahora que los amigos que cantaban conmigo esas canciones y que leyeron conmigo esos libros han cambiado de opinión, el Chile de Barraza quema.

Persisto en algunas convicciones, quizás por nostalgia, como si la palabra Política (¿palabra antipoética?) fuera un recuerdo inofensivo de la adolescencia. Chile picante.

Ahora que en el Ecuador todo tiene que ver con la palabra Patria (¿palabra política?), el Chile picante, el Chile Barraza me brinda algunas pistas y algún consuelo:

LA PATRIA

Dice la historia, cuenta
que todos los finales
desde hace unos años
terminan igual:

gente que dicfe una cosa

un tipo gigante que dice otra diferente.

Goliat
está tan lejos que apenas podemos
darle pedradas en las rodillas.

Desencanto: palabra poética. Pero ¿quién es en verdad el "tipo gigante que dice otra [cosa] diferente"? Nostalgia: palabra poética. Goliat: palabra política.

Dice Barraza que "Si Latinoamérica fuera una discoteque / Chile / sería el tubo de Neón que / en la entrada intenta / vender un nombre bien chulo / para una fiesta [...]".

Digo que si Latinoamérica fuera una discoteque, Ecuador sería el boleto para entrar en ese laberinto de "nombre bien chulo". Esperanza: palabra política. Política: palabra poética.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Homenaje a Ernesto Carrión, triunfador del Festival Internacional de la Lira 2011

(Reproduzco el texto que leí en la presentación del libro ganador, el 28 de mayo de 2010 en Quito)
Carta abierta al poeta Ernesto Carrión con motivo del lanzamiento de su libro Fundación de la niebla
Querido amigo:
            Siempre me he preguntado, y cuando digo siempre quiero decir desde que empecé a escribir poesía, qué sentido tiene persistir en este oficio de solitarios y necios que es la escritura poética, tan mal pagado siempre y mal visto en ocasiones, con frecuencia tan frustrante y a veces, muy pocas veces, reconfortante, glorioso. Cuanto más pienso en respuestas que me dejen satisfecho, más me convenzo del absoluto absurdo que, supuestamente, nos justifica: la llamada necesidad de hablar, sin más, la ineluctable necesidad de hablar, sea en nombre de los otros o sea en nombre de nosotros mismos. Algunos días intentamos encontrar el origen de esta cuestionable pasión en la inconformidad con el mundo, y otros días hallamos una buena razón en el mero deleite de estar vivos. Pero, debemos ser sinceros, Ernesto, nada de esto es suficiente y, sin embargo, persistimos en este evidente error. Y escribimos y volvemos a escribir. No deja de sorprenderme que, como esta noche, alguien distinto de los amigos que nos han visto padecer y gozar la vida y la escritura poética nos acompañe. Para mí, los presentes son una multitud. Y esto habla bien, a pesar de lo que he dicho, de la buena salud (siempre al borde de la enfermedad del olvido, por cierto) de la poesía lírica de nuestro tiempo. Al menos, de la que tú y algunos otros entendemos por poesía, que no es aquella marisma de la autocomplacencia, el éxito efímero y el compromiso oportunista con la coyuntura institucional o política. ¿Para qué escribir, entonces? Con estas palabras responde Fundación de la niebla:
escribir para no ensanchar más la mirada entre el
objeto y nosotros Escribir la cotidianidad que muestra
nuestro hígado sobre las plataformas marinas
Fanal violeta Baja el viento atrapado desde los postes
en la teoría de que todo vuelve a ser polvo Rencilla
necesaria La luz de una mariposa quiere saber
por qué ella no tiene alarma La mariposa no contesta
Ella ordena obsesionada sus colillas por el patio
helado Así un día tanta vida puede escribirse Yo escribo
sobre lo que veo Tiro a la inteligencia sobre tierra
quemada Funcionando Agitando al hambriento
sobre la simpleza de los alimentos Así es como recobro
el mundo
Escribes para recobrar el mundo. ¡Tremenda vocación la tuya! Pero ¿cómo se recobra algo que es esencialmente impuesto y por tanto irremediablemente ajeno? La respuesta se encuentra en el título de tu libro, Fundación de la niebla. El mundo se recobra en la poesía, volviéndolo a nombrar, aunque este intento de hallar puerto en las palabras, o de crearlo con ellas, esté destinado al naufragio. La fundación de la niebla, del mundo otro con que sueña el poeta, es el testimonio de un fracaso, porque el mundo hallado no es el mundo deseado por él. Ese mundo anhelado no es otro que la realidad que nos circunda esta noche, amigas y amigos de Ernesto, pero mejorada, más limpia y menos cruel. El mundo hallado por el poeta siempre es la niebla, es decir, la penumbra, la ambigüedad, la indefensión, el riesgo, el miedo. Nada de claridad o esperanza simplona hallarán ustedes en este libro. Y, sin embargo, nadie le podría achacar el mote de pesimista o triste al poeta Ernesto Carrión, al menos, no en este libro. El pesimista es el que se abandona a su propia inercia vital, en la convicción de que nada es posible cambiar. El poeta, en cambio, es el inconforme que, una vez dislocado del mundo que le ha tocado en suerte, funda uno propio donde se siente más cómodo. A veces es trágico, a veces cómico, pero siempre es una parodia del mundo soleado de los inocentes y el mundo oscuro de los condenados. Ernesto renuncia a la dicotomía de los maniqueos y los moralistas, los creyentes y los ateos. Su lugar no es la afirmación, sino la duda. De cara a la luz, nos dice, por ejemplo:
El día en que nacieron las
imágenes supimos de inmediato que terminaríamos
en una total ensoñación Arte en roca Que nuestro
Apocalipsis empezaría con una llovizna hundiendo
su ala en un lago salvaje como un cormorán

Como ven, amigas y amigos, se trata de una visión móvil, de un mundo en permanente transformación. Este movimiento interno produce que los temas y motivos recurrentes de tu obra, Ernesto, conecten este libro directamente con tus trabajos anteriores y posteriores, en una suerte de diálogo interno. Pero no se trata de una poesía solo autotélica o metapoética o que hable de sí misma todo el tiempo. Por mérito propio, la imaginación de Ernesto se alimenta de otros, pero también de sí misma. De nuevo aparecen, aunque sea solamente insinuadas, la llegada de la muerte a través de la descomposición del cuerpo propio y ajeno, la niñez como la patria felizmente perdida por dolorosa o injusta, la imagen engañosa y casi siempre decepcionante de los seres amados, especialmente de la mujer… Y ante cualquier destello de luz, nuevamente el matiz de la niebla. Dices en tu libro, los siguientes versos:
la luz en la poesía japonesa obedece al murmullo de
las flores La revelación de su misterio —como todo
conocimiento— produce efectos secundarios:
a) pérdida completa de la razón
b) obsesión por los objetos minúsculos de la casa El
individuo puede quedarse por horas observando insatisfecho
una servilleta
c) tendencia a almacenar recortes de periódicos
donde aparezcan las palabras “debo” y “fin”
la cordura empieza allí donde la luz se esconde Donde
nadie alcanza a contestar el enigma de esta mano
Imágenes impactantes, eficaces y hermosas, aparte, en este fragmento encuentro la clave de mis reflexiones. La cordura empieza allí donde la luz se esconde dices, y con estas palabras apuntalas el símbolo de la niebla. Se trata del espacio de la lucidez. Quien apuesta por la duda, por la niebla, permanece en un espacio inquisitorial, donde sólo la acción de preguntarse por el sentido y no dejar de preguntar constituye sentido absoluto. Pero, finalmente, la exploración sobre lo exterior, sobre la realidad, acaba tarde o temprano sobre la propia identidad. Fundar el mundo, fundar la realidad, consiste en definitiva en la construcción de la propia identidad, aquella que queremos imponer o brindar al mundo, más allá de lo que el mundo necesite de nosotros. Dice tu libro:
Coreamos en el sitio: Nadie
soy yo. Nadie soy yo. Nadie. Esta escritura deforme
no puede ser el mundo.


La incredulidad de la voz habla por sí misma: Esta escritura deforme no puede ser el mundo, así dices. Y es verdad, no lo es, pero nunca pretendió ser el mundo mismo, como ya dije, sino un mundo distinto. El poder de esta voz poética, es decir su capacidad de construir imágenes visionarias y a través de ellas brindarnos estas reflexiones nunca cae en la autocomplacencia, por eso tampoco le da tregua al lector, quien se ve impelido a inmiscuirse en un proceso continuo y vertiginoso de interpretación imaginativa intensa y a ratos exasperante. Esta no es una poesía para lectores perezosos, facilistas o impacientes. El poeta, aun en este punto, se niega a brindar respuestas unívocas y vuelve a preguntar:
¿Quién sabe
qué soy ahora, desde que el poema dejó mi cráneo
vendado sobre estas playas?


La única certeza, como toda buena poesía nos enseña, es que el universo interno es el único territorio que se posee, aun en las condiciones más adversas del delirio o la locura. En ese ámbito de absoluto sigilo, nada del mundo penetra para enajenarse, a pesar de la ciencia médica o los devaneos de la Psicología. Esta parece ser, en todo caso, la convicción del personaje poeta que inventas en este libro, Ernesto. Cerca del final aseguras, en una de tus pocas frases asertivas, despóticas:

Se escribe desde la niebla hacia la
niebla. Lo que envejece dentro de mí es el territorio.


Quizá porque presientes que la escritura es como una silenciosa peste, al final del libro mi pregunta tiene una segunda respuesta. Decía al principio de esta carta: Siempre me he preguntado, y cuando digo siempre quiero decir desde que empecé a escribir poesía, qué sentido tiene persistir en este oficio de solitarios y necios que es la escritura poética, tan mal pagado siempre y mal visto en ocasiones, con frecuencia tan frustrante y a veces, muy pocas veces, reconfortante, glorioso. Cuanto más pienso en respuestas que me dejen satisfecho, más me convenzo del absoluto absurdo que, supuestamente, nos justifica: la llamada necesidad de hablar, sin más, la ineluctable necesidad de hablar, sea en nombre de los otros o sea en nombre de nosotros mismos. Tú lo dices de este modo:
A nada nos conduce este físico río de escribir
contra corriente Este ficticio arco donde se
quiebran las espaldas sin posibilidad de nombre Dices:
yo escribo Y hay un grave secuestro de ti mismo
en dicha afirmación Dices: para encontrar mi nombre
yo abro el cuaderno Y muerde tu boca las espinas
de una lluvia que va planificando su clausura: su
cerrazón
En el último fragmento, a pesar de tanta desolación, de entre la oscuridad abres un espacio para la luz, para que la penumbra se instaure, para que la niebla se instituya. Dicen las notas al pie de un cuerpo:
dejar la página en blanco para que empiece el
poema verdadero:


            Y con estas palabras nos invitas a tu mundo. Así es, amigas y amigos, la auténtica poesía nos invita a encontrar el verdadero poema por fuera del verso escrito, en nosotros mismos. Por poemas como estos, todavía pienso que vale la pena escribir poesía, lejos de la vanidad y el facilismo de muchos vates celebrados. Han pasado ya algunos años, más de una década y el público, nosotros, tu público, ha hablado Ernesto. Estamos aquí para colonizar y poblar la niebla que has descubierto y has fundado.

martes, 13 de septiembre de 2011

LAS DIDASCALIAS DE CARRIÓN

por José Martínez Sánchez

Poeta, narrador y ensayista colombiano

Dijo un sabio cuyo nombre suena igual
al golpeteo de las patas de una araña
en las paredes de un cuarto vacío:
Después de la teoría, viene la calma.

        Dos textos identifican la reciente producción del ecuatoriano César Eduardo Carrión (Quito, 1976), conectados por una estructura para la escena que lo separa de La muerte de Empédocles por la ausencia del coro en la poética de Hölderlin : “Limalla Babélica”, Eskeletra Editorial, 2009, y “Poemas en una Jaula de Faraday”, premio Pichincha de poesía editado por el Gobierno de la Provincia de Pichincha, 2010. El primer título alude a la sedimentación de culturas y lenguas que alimentan la memoria y garantizan la desaparición del “yo” para invocar multiplicidad de voces acicateadas por didascalias o advertencias de una entidad omnisciente. En cualquiera de ellas hallamos la presencia detrás de la máscara,  empleada en los ritos africanos, tantas veces recordada por Pessoa en la poesía portuguesa, como objeto de reflexión durante la primera mitad del siglo XX  e instrumentaliza en la modernidad literaria como herencia de la antigüedad clásica. Con ella descubrimos la condición nómade y la infancia negada. Antes del “anti-exordio” la palabra es acierto, lugar derruido y brindis por la canción originaria. La poesía funda un pasaje de aperturas hacia las noches eleusinas, hacia el misterio insondable: “Regrésate a beber en la cantina del Olimpo. No interesan/ tus ganas de arder para siempre en las llamas azules./¡Los arqueólogos descubren entre el Éufrates y el Tigris, cada año,/ nuevas ruinas sumergidas del principio de los tiempos!”. El nomadismo entre la estrella y el vacío, entre el lenguaje y los torreones míticos, anima la certeza de la bestia desbocada a la catástrofe. En este aprendizaje podemos comprender la angustia y levantar el tálamo de los tácitos amantes. Cada vástago será voz y nacimiento, alteración del fuego en la convulsión de los cuerpos.
          En “Descripción del desembarco”, César Eduardo Carrión recrea el impacto de los viajes anticipados en el temor de los arúspices. Se trata de un poema cuya factura se aparta de cierta tradición reclamista. La forma, elaborada a partir de referentes concretos, nos entrega la esencia de lo que al cabo llegó a ser despojo y arrasamiento, canon de creencias y festejo de los vencedores. En la historia del encuentro entre el viejo y nuevo mundos sobrevive la noción de territorios devastados por la cultura dominante cuyos “conquistadores” llegaban cegados por la ambición de riquezas. Sobre la aridez de reinos dispersos en la cartografía milenaria, el poeta nos obliga a seguir las imágenes de la desintegración, en cuyos reductos la posmodernidad levanta un principio de realidad opuesto a la utopía, pues el ser no es más que disolución desde el comienzo del signo. El vocablo equiparado al Ícaro incendiado, al ave desplumada con su nido hecho añicos en la irrupción del extravío. Porque antes de cada nominación está el acto, parece anticipar la Tercera didascalia: “Escondemos nuestra dicha como madres que maceran avaricia/en sus fetos tumefactos. Destrozamos cada nido del alféizar con la boca:/mil veces inhóspitos,/mil veces pertinaces las palabras del acecho”.  En esa urdimbre de proclamas donde la ironía es faro, donde el prontuario revela una condición despiadada de otras existencias, la infancia repasada por la mirada del escriba marcha a la par con el estado larvario del hombre, no con la infancia anunciada por Marx respecto al mundo griego, sino con la animalidad de la horda primitiva “desamparada” por sus dioses. Éstos van y vienen, en formas míticas prehispánicas o helénicas, en animismo de fenómenos naturales o mediante la interpelación al mito babilónico. En “Limalla babélica” aparecen las coordenadas que sustentan la producción poética de César Eduardo: un tono parejo, decantado en la lectura exigente, una yuxtaposición de tiempos, unos personajes propios o distantes y una búsqueda de situación atribuible a la misión del poeta: “En esta ocupación yo pongo todos mis cuidados. No contemplo/ ni anuncio la llegada del destino, sólo digo lo que soy desde el silencio,/en busca del yo mismo más extremo”. También están las obsesiones en corporalidad ficticia, el amado Yorick amonestado por su hermano gemelo y aquellas voces invasoras en permanente “crescendo”.
        “Poemas en una jaula de Faraday” se abre justo con una “psicofanía” dedicada a la calavera de Yorck, el personaje de Shakespeare. Sin caer en el recurso característico de los poetas herméticos, Carrión sabe elegir muy bien los materiales con los que nos induce a descifrar el lenguaje, “ese cordón umbilical que nos ata al abominable vientre rumiante”, según la expresión prosaica de Octavio Paz. Como un exégeta de fenómenos paranormales, nos convoca a un lugar donde la palabra se queda a media instancia entre la técnica y la oralidad. Es la condición impuesta desde la libertad de quien escribe, en la jerarquía exclusiva del que tiene en sus manos el fuego arrebatado a las majestades etéreas. Concisa, vertiginosa, la voz del enano increpa lo incontestable. Al igual que el apóstata en los predios del horror, señala con su verbo al enemigo: “Recuerda que encargamos la preparación del vino de/ las consagraciones a un sacerdote,/el más inepto de todo el colegio dedicado a proteger/las palabras del olvido y el silencio,/al idiota de la familia, que no sabe ni siquiera su propio/nombre y duda de sí mismo todo el tiempo,/y sin embargo inventa motes y apellidos insultantes/para todos sus amigos y parientes”. 
        Liberado de su envoltura religiosa, el apóstata allana los espacios de una cultura mediatizada hasta adquirir los rasgos del disidente, el profeta que horada en el desierto o apela a la risa explosiva: “Sigamos riendo, lúdico animal de pene enorme, de/ risa estentórea y temeraria”…”Sigamos escribiendo, Calavera, para los demás esqueletos de este bello cementerio”. Entre una y otra “psicofanías”, el libro ofrece momentos para la diferencia.  Es preciso deslindar campos frente a la vanidad de las castas cuando somos el resultado de migraciones que han ido poblando un continente de culturas orales.  Ante la metrópoli sólo puede haber extrañamiento, ruptura abierta con blasones y anacronismos importados.  El juego hipertextual es afianzamiento de una escritura concebida como metáfora en permanente construcción, cruzada por resonancias donde fabulación y verdad se disputan el sentido profundo del tiempo y de la historia. A partir de la coda continúa un orden textual centrado en los libros orientales. Suras y sutras conducen la voz del predicador a los senderos de Zaratustra, con quien comparte una razón trascendental y un cúmulo de preguntas.

(Artículo escrito para el suplemento literario Día D, del diario colombiano El Nuevo Siglo, 2011.