Empiezo esta bitácora de lecturas con un libro del escritor colombiano Alejandro García Gómez (Sandoná, Nariño, 1952), a quien tuve el gusto de conocer en la ciudad de Pasto, con motivo del VI Recital Internacional de Poesía desde el Sur, organizado por el colectivo cultural Sombrilla, entre el 16 y el 20 de agosto de 2010. Se trata de Alfabeto de sombras (Medellín, Eafit, 2003). El volumen está compuesto de dos segmentos: Caminos del sueño y el que da título al libro. Cuenta además con un prólogo de José Pérez Olivares titulado “Elogio de la máscara”. Me concentro en la primera parte del poemario, de donde me ha llamado la atención este poema:
Cuando llegues a Ítaca,
acostúmbrate a mirar el mundo
desde la ventana de tu propia casa.
De lo contrario,
deberás comprar todas las ventanas
de todas las casas
de todos los mundos.
Reinterpretando a su modo el famoso poema de Cavafis, García Gómez nos propone entender el mundo desde su propio lugar de la enunciación, ubicado en el territorio donde habitan los poetas de Extremo Occidente. La condición marginal desde la cual habla este poeta hispanoamericano lo vuelve sensible a las coerciones que ejercen los discursos metropolitanos. Si bien García Gómez toma para la construcción de su espacio poético una serie de referencias a la cultura y literatura grecolatinas con mesura y pertinencia, detrás del éxito retórico en la construcción de su mundo lírico se encuentra una realidad problemática: A pesar de ser en gran medida ajenos o anacrónicos, muchos elementos de la cultura europea clásica son parte del bagaje simbólico del que disponen los poetas como él por vía de la educación formal, sentimental o por mero gusto o curiosidad estéticos. Esos elementos se han gramaticalizado o lexicalizado paulatinamente, desde antes de la irrupción del Modernismo en el siglo XIX. Es decir, se han transformado en herramientas retóricas legítimas como cualquier otro recurso formal del que disponen muchos de nuestros escritores, verbi gratia las formas versales o las nociones mismas que tenemos los lectores contemporáneos sobre lo que es o debería ser la poesía lírica. García Gómez lo sabe y las usa con lucidez.
La naturalidad con que este escritor colombiano asume esa parte de su herencia cultural descalifica de entrada cualquier designación despectiva respecto a lo que algunos llaman, no siempre libres de rencor y frivolidad, “universalismo”. En este libro, García Gómez dialoga con Odiseo. Le brinda consejos y lo alecciona sobre el sentido de la vida. Pero su interlocutor no se encuentra detrás de la máscara homérica, solamente. Me atrevo a asegurar que el silencioso Ulises que escucha las meditaciones de García Gómez es el clasicismo todo, o al menos cierto canon literario puesto en la cuerda floja, en donde el poeta colombiano dialoga con la idea de tradición, la recrea y parodia (a veces con demasiada solemnidad, otras con sutill ironía). La simple acción de cuestionar la sabiduría y prudencia del símbolo mismo de tales cualidades en la tradición clásica (Odiseo) es ya un gesto interesante. El funámbulo García Gómez gana la partida: La falsa estatua homérica cae al abismo. Sin embargo, no se quiebra del todo. He ahí quizás algo de la fragilidad de la propuesta poética de Alejandro, al tiempo que gran parte de su fortaleza. Extremo-occidental, sí; pero, sobre todo, y por esa razón, colombiano. De ahí también que se decante a menudo por cierta diafanidad conversacional antes que meditativa y por cierto tono epigramático, no ncesariamente didáctico:
No desconfíes de tu mujer;
trabajo le costó tejer, tejer y tejer;
trabajo le costó destejer, destejer y destejer;
trabajo le costó desdeñar, desdeñar y desdeñar;
trabajo le costó recordar, recordar y recordar;
trabajo le costó esperar, esperar y esperar.
Pero tampoco te fíes de ella.
Lo mejor de este Alfabeto de sombras está en la voluntad de cifrar un abecedario particular, pese a los recursos hispanófilos y prudentes de sus niveles expresivos, pero también gracias a ellos. Se trata de la voz de un poeta que, como en el canto dantesco, ha decidido explorar su propia conciencia en busca de la sabiduría adquirida, antes de ingresar en el mundo de penumbras e incertidumbres de la restante mitad de su vida. No es gratuito, en consecuencia, que la otra mitad del libro tenga como personaje lírico o hablante poético a un poeta ciego, a un profeta que, desencantado del poder de su palabra, medite en voz alta:
¿Por qué los dioses no me eligieron para tirar puentes
o para curar reyes y ministros,
o para redactar o interpretar las leyes
y estudiar las rentas y los impuestos?
¿Por qué no me escogieron para la gloria
de vencer a los enemigos del reino y de nuestros dioses
o de morir por sus manos?
¿Por qué el dios de los aedas me eligió a mí,
para iniciarme en el alfabeto de las sombras nocturnas
y enseñarlo en mis cantos
en la fuente de la gran plaza?
¿Por qué yo? ¿Por qué?
Detrás de esa última pregunta subyace, ahora sí lejana de la entereza y gozo del poema “Ítaca” de Cavafis, la respuesta un tanto triste y resignada del absurdo: Porque sí. Porque el dios de los aedas es la propia conciencia del poeta contemporáneo, sobre todo de provincias (afortunadamente marginales), que decide desmarcarse de los territorios del poder y el negocio, para dar cuenta a los posibles oyentes de las dudas y angustias que agobian al individuo de la modernidad, más aún de aquella que se afinca tardíamente, precariamente, en países como los nuestros. Que Alejandro García Gómez sea un escritor cuyos orígenes están en lo que llamamos márgenes, desde el centro de la semiósfera poética hispanoamericana, nos hace pensar en la importancia de volver la mirada sobre aquellas lindes, no por un sentido político de justicia, sino por una necesidad poética. La buena poesía no está en las sombras infernales ni en las luces apolíneas, solamente. También se encuentra, sobre todo, en la penumbra.
Alejandro García Gómez (Sandoná, Nariño-Colombia, 1952). Ha publicado los poemarios Transparencias (1991), Cartas de Odiseo (1996), el libro de cuentos No es por azar que nacemos (1997) y la novela El tango del profe (2007). Ha ganado varios premios nacionales de cuento y poesía en Colombia. Mantiene la columna de opinión "Desde Nod" en los diarios El Mundo de Medellín, Diario del Sur de Pasto y Meridiano de Córdoba de Montería. Es profesor de Ciencias Naturales en el INEM de Medellín.
Sin decir mucho... como nos invitas tan certeramente a descubrir a nuestros amigos que desde la penumbra dialogan con el mundo que mucha sordera acumula y con la cual desdeñan la periferia en un centralismo poetico que es una bomba antidemocratica en tiempos donde nuestras palabras alzan un vuelo estratosferico que jamas pretende anular la luz...y que siendo una llama modesta alcanza a iluminar el camino suficientemente
ResponderEliminarandres caicedo
Gracias por tus palabras, querido Andrés. La intención es mostrar también un poco de ese "otro" lado de la poesía latinoamericana, ubicada al margen de la oficialidad "académica" y editorial que muchas veces olvida gestos importantes, sea por ignorancia o por conveniencia política. Claro está, sin descuidar ciertos "hitos" en el centro de la semiósfera.
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