martes, 31 de agosto de 2010

La Cofradía de coyotes de Eduardo Villegas Guevara, segunda parte

Una de las características de las editoriales autodenominadas independientes es que editan a discreción sin preocuparse demasiado por las utilidades comerciales. Entienden su función promotora como una labor social antes que financiera. A menudo esta libertad deviene en libros muy interesantes desde un punto de vista ético: publican porque sienten que deben ubicar en escena a ciertas voces que de otra manera difícilmente llegarían a ver la luz. Independientemente de lo que piensen los críticos y consultores o expertos editoriales, miríadas de autores de “literatura menor” se valen de estrategias similares a la de la Cofradía de coyotes para dar a conocer su trabajo literario. Se trata de ediciones cofinanciadas mediante aportes de los mismos autores o mediante formas de cooperativismo que abaratan los costos. La desventaja suele radicar en que estas pequeñas casas editoras no cuentan con el aparato de difusión y distribución que poseen las transnacionales. Estos grupos editores marginales suelen ocupar nichos de mercado y lectura locales y regionales, que rara vez trascienden el ámbito nacional.

Este podría ser, al menos en parte, el caso de La Coyotera Editores. Sus libros llegan a Suramérica por medio de envíos directos a conocidos o colegas, casi siempre miembros de redes sociales afines. Estas vías de distribución hablan muy bien de la abundancia de los caminos alternativos que muchos poetas de las nuevas generaciones han creado o promovido para compartir su trabajo por fuera de los límites comarcanos. A menudo la mejor poesía, si es que este término apreciativo o superlativo dice en realidad algo relevante, ocurre en la penumbra del anonimato y al margen de la institucionalidad cultural afiliada a los gobiernos, las grandes empresas y las academias y universidades. Me gusta pensar que esto es así. Al menos un par de nombres inquietantes constan en la antología Lunas de Octubre (México, La Coyotera Editores, 2010) preparada por Eduardo Villegas Guevara. Sin embargo, el entusiasmo y la hospitalidad desmedida parece tener una consecuencia inevitable: la desigualdad. Textos con mucha fuerza poética constan junto a otros llenos de lugares comunes y posiblemente prescindibles.

Ahora bien, mi última afirmación también es un lugar común y casi una obviedad. Y lo más probable es que los altibajo que encuentro en estas Lumas de octubre se deba en gran medida al importante número de autores nóveles y casi inéditos que completan la nómina junto a otros más maduros. Lo más importante de este fenómeno es en realidad la recepción de los textos y la manera en que estos movilizan ya no solo las sensibilidades individuales, sino las ideas colectivas sobre lo que debe ser o es en efecto la poesía: el lugar del autor en la sociedad y el sentido de su labor estética. A pesar de lo dicho, de entre todo tumulto sobresale alguna voz fuerte con alguna propuesta incisiva o novedosa. Este es el caso de Eduardo H. González (México D.F., 1975), cuyos niveles expresivos transitan hallazgos comunes al neobarroco y lo mejor de lo que algunos poetas contemporáneos llaman poesía del lenguaje. Comparto con los lectores el primer fragmento de la extensa Diatriba de octubre de González:

Pretendes, ajorca ficticia convertida
en cárnico jadeo, auspiciar debilidades
de inciertas transparencias. Distante
y baldía, encumbrada en preludios de poetas
fútiles que contemplan crepúsculos
albinos, fundadores de palabras exaltadas
de adoración, servilismo y pacatería.

Yace mi mácula, urdimbre de esencias
desportilladas por insomnios, iletrada
pasma expresiones dóciles ante ésa
que acompaña erráticos y eremitas.
Nobles mis instantes, sostienen
purísimas muertes cotidianas,
plétoras de anatemas y pesimismo.

Sostengo silencios que desvanecen
trémulos, tránsitos pétreos en la memoria,
vanas señales desangrando destellos,
desdén matizado de mutismo, angustia,
desequilibrio. ¡Qué secreto puedes otorgarme
que sane mi locura! ¡Diafanidad
en que me encuentro desfallecido!...

Me mueve mucho como lector hallar en este canto ciertas herencias recuperadas del mejor Góngora y una extraña cercanía a ciertos momentos de la poesía de Alfredo Gangotena (Quito, 1904-1944). Recordé casi de inmediato estos fragmentos de Crueldades (1935) del poeta quiteño en la versión que Cristina Burneo y Verónica Mosquera hicieran del francés (Quito, País Secreto/Poesía, 2004):

Á Marie Lalou

Vestido de púrpura me suspendo perplejo
            en esta medianoche que zozobra.
A decir verdad oigo golpear,
            pasos insólitos golpear la pesantez de la sombra.
Temibles, inesperados, estos pasos
cuya gravedad sonora me estremece
hasta en la intimidad más guardada
de mi espíritu.
Vestido de púrpura me suspendo perplejo en
            estamedianoche que zozobra.

El cielo, en su fluidez mental, persiste
            en reconstruirme las modulaciones de este
            llamado.
Mis ojos se empañan de lágrimas.
¡Es Ella, pero Ella! sin lugar a dudas.
¡Ella!
Y toda la luna,
            desde lo alto de los viejos bosques,
            desde lo alto de las noches, despliega su
            helada sobre mi pensamiento.

La posibilidad de encontrar conexiones inéditas entre la poesía de nuestros países me anima a seguir leyendo estas expresiones “marginales” de la Poesía Latinoamericana Contemporánea. Más acá de mis propias elecciones como escritor y más allá de mis preferencias como lector.

Eduardo Villegas Guevara (Chimalhuacán-Estado de México, 1962). Ha publicado los libros: Las aventuras de Eddy Tenis Boy (2006), Acetato (2006), Nace Gatatumba (2007), Los senderos laterales (2007), El misterio del tanque (2010) y El Blues del Chavo Banda (2010), entre otros. Ha recibido importantes premios literarios de su país, entre los que destaca el Premio Nacional de Literatura “Gilberto Owen”. Miembro fundador de Cofradía de coyotes, grupo editorial y cultural.

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