El apóstata es quien renuncia a su religión. Para oficializar este rito los cristianos, en particular los católicos, deben realizar una serie de trámites en la curia de su diócesis y en la parroquia en donde fueron bautizados. La apostasía, aunque se declare públicamente, no se reconoce como tal si no consta en documentos oficiales de la iglesia. Detalles sobre el derecho canónico aparte, esta decisión se convierte en todo un trámite burocrático, tan espeso como el de cualquier institución estatal. El poeta colombiano José Martínez Sánchez (Aguadas-Colombia, 1955) ha decidido prescindir de imitar aquel lento proceso y mediante su libro de poemas en prosa, Palabras del apóstata y otros poemas (Medellín, Todográficas, 2006), declara su auténtica fe sin ambages: La palabra poética.
En la última década, la tradición de escribir poesía lírica en prosa se ha revitalizado en Suramérica, en especial entre los autores nacidos en la década de 1970. De alguna manera sintonizado, aunque con un lenguaje muy propio, Martínez Sánchez acude a esta forma compositiva para exponer una visión crítica y desenfadada del mundo. Tal vez la prosa sea la forma discursiva que mejor se preste a este tipo de poesía, en especial cuando lo que importa, por sobre el preciosismo de la factura lingüística ( que este libro posee), es la claridad expositiva. Dice el poema titulado Estética: El demiurgo me escribe desde la otra orilla, sentado en su trono de cristal, convertido en constructor poseso de castillos de arena. Yo, desencantado, arrojo la pluma a la superficie de mi naufragio.
Una vez ubicada la voz del poeta en el sitio de la negación de toda teleología institucional, empieza la minuciosa construcción ideológica de esta individualidad. Su edificio de palabras se convierte en patíbulo de muchos presupuestos culturales y dogmas. Dice Martínez Sánchez en País de poetas: Vengo de un país atrapado en las formas. En sus casas y parques hay hombres de alegría insaciable, como niños perversos en la puerta de la escuela. No recuerdan los viejos el canto de la mujer amada, ni saben las abuelas de aventuras con insomnes piratas […] Al curioso que desee conocer a fondo ese país, yo le recomiendo visitar el cementerio a la hora en que los auténticos poetas se disponen a revolcar el follaje. Debe cuidarse, eso sí, de sacrificar un mundo para pulir un verso.
Pero la auto-ironía de este escritor no se queda en la insinuación y el descreimiento en la autenticidad de la sociedad contemporánea en que le ha tocado vivir. Su voz combativa se deslinda de todo compromiso que manche sus intenciones. Decidirse por la fe en la palabra significa más que enfrentarse al statu quo, pues implica declararse muerto para aquella comunidad a la que renuncia: Los padres del poeta informamos, a familiares y amigos, que nuestro querido hijo murió hoy a las seis en punto de la tarde. Acaba de publicar su primer libro (Aviso). No obstante, este poeta no se limita a suscribir el infinito alegato anti-platónico, como uno más de los expulsados de la República ideal. Martínez Sánchez parece creer en realidad en el poder transformador de la palabra.
Así, pues, escribir poesía significa renacer con una nueva condición ética frente al tumulto de la violencia e indiferencia mundanas. Su poema Nacimiento lo expone con claridad: Si el poema no expresa lo que está al otro lado de tu cuerpo, para qué el poema. Vuelve el polvo a la tierra, el eco al viento, la gota de agua al foramen furtivo. Conjuran las palabras contra la memoria de los muertos cuando tus labios callan al pronunciar la forma. Si el poema no rasga la vestidura del instante, qué será del poeta. El poeta no puede entonces, con el pretexto de intervenir en su realidad originaria, quedarse en el país de las formas. Debe aclarar el panorama de una nueva realidad. Y, por tanto, entregarse al riesgo de perderse en el intento de enfrentarse a los edictos de toda oficialidad.
He allí el compromiso al que llama este poeta colombiano, más acá de todo matiz político partidista. De esta premisa se desprende la idea de que la palabra poética sea como el fuego, purificadora, y que con ella se pueda construir, ciertamente, pero sólo a través de la incineración de lo caduco. La palabra poética es, de esta manera, un arma cargada de futuro. Declara en el texto titulado, justamente, Fuego: A eso que está ahí, en la boca de la cripta, los más antiguos lo llamaron vida. […] Nosotros, menos elocuentes en la era de la devastación, nos acercamos un poco a los antiguos. Le decimos palabra. El fuego es el poema que fluye del centro de la cripta. La escritura es ritual para enfrentar el terror del infierno (la incertidumbre de la muerte), al tiempo que herramienta de fundación.
La densidad conceptual de este brevísimo libro merece algo más que este comentario. Sin embargo, quiero terminar acercándome a otra puerta que deja abierta Martínez Sánchez para que entremos por ella. Se trata, finalmente, de la imagen exacta del apóstata. Dice en el poema que da título al libro: Apóstata al calor de los leños, descendiendo por mi propia grieta hacia el abismo sin fin. Como una fiera sangrante me repliego a los lindes junto a mis antepasados, y de nuevo seré libre entre los riscos del Ande. Allí estaré, una heredad mejor no es lícita para los beduinos. La construcción de la propia individualidad, mediante la producción de una particular visión del mundo es la misión autoimpuesta.
A semejanza de otros escritores coetáneos del continente, a Martínez Sánchez parece interesarle más la reflexión sobre la totalidad, por vía de la escritura del poema, que la realización de un proyecto estético novedoso o novelero. Privilegia en este libro la música de las ideas (la reflexión) por sobre la música de las palabras (la musicalidad). Su gramática se construye con eficacia sobre imágenes y metáforas, sin duda, pero se entrega más al pensamiento antes que al embrujo de la sonoridad del lenguaje. Sin embargo, la conjugación entre estas dos posibilidades expresivas no se decanta en su caso por un tono pedagógico o sentencioso. Decoroso, atemperado, no pierde la valentía. Deberían aprender de autores como él tantos jóvenes panfletarios, llenos de ansiedad y tan frívolos…
José Martínez Sánchez (Aguadas-Colombia, 1955). Poeta, narrador y profesor de enseñanza secundaria. Ha publicado los libros: El camino perdido (1981-1990), Las pequeñas desdichas (1988), Canción de soledad (1997) y Palabras del apóstata y otros poemas (2006). Ha sido premiado y seleccionado en varios concursos literarios de su país y el continente. Recibió Mención de Honor en el certamen Internacional de Cuento del Círculo de Escritores y Poetas Iberoamericanos de Nueva York (1998).
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